Después de la batalla. Una historia personal de la batalla de Puerto Argentino
El frío viento de noviembre desordenaba los claros y rubios cabellos de Robert, que contemplaba la alta cruz de piedra gris. Su mano izquierda, embotada, insensible, en el extremo del brazo paralizado, fue empujada profundamente en el bolsillo del pantalón del elegante traje cruzado de sarga azul. Era toda una lu cha poner la mano allí, desde el lado 'malo' de su cuerpo, con la mano derecha que funcionaba correctamente, pero una vez lograda la ubicación, tenia todo el aspecto de relajada normalidad. El revestimiento del saco, parecido al color de sus cabellos, brillaba, y las botas, adaptadas para sostener su tobillo espástico, reducían sobre el crecido césped del cementerio de la iglesia igual que hacía ya tres años y siete meses, cuando comandaba la Guardia de la Reina en la Torre de Londres. En su pecho la Cruz Milaar, la Medalla del Servicio General con el broche de Irlanda del Norte y la Estrella del Atlántico Sur, con la roseta de las Islas Falkland, mostraban orgullosamente sus colores. La congregación se dispersó y Robert seguía allí solo, mirando la guirnalda de amapolas que su madre, perteneciente a la cofradía de Santa María, había colocado al pie del memorial de guerra. Su mirada se dirigió a la pequeña cruz de madera con una única amapola en el centro, clavada en el suelo junto al memorial por alguien que habla estado allí muy temprano, por la mañana. En ella se leían los nombres: Wight, Tambini, Reynolds, y otros cinco de la Guardia Escocesa. Un lugar: Tumbledown Mountain; una fecha: 14 de junio de 1982, y una inscripción latina "Nemo me impune lacessit" |
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