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Una tierra argentina. Las Islas Malvinas.

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Presa de cierto temor, perfectamente natural y explicable, por la audacia en acometer la redacción de una monografía sobre las Islas Malvinas -tema sobre el cual fijaron su atención escritores e historiadores de nota-, he terminado los últimos retoques de este ensayo.

Pero la suerte está echada y es necesario, por lo tanto, afrontar el juicio que merezca el presente esfuerzo, en el cual, descontando los lunares que podrán afearlo, deberá recordar- se, principalmente, que sus capítulos han sido trabajados no sólo con el entusiasmo que produce el análisis del pasado, sino también con el extraordinario acicate provocado por la idea de defender el patrimonio nacional.

Cuando hace algo más de una década iniciamos el estudio de la historia de ese jirón de nuestro suelo que, con unos 16.700 kilómetros cuadrados de superficie y dos islas grandes y un centenar de isletas componen lo que conocemos con el nombre de Islas Malvinas, estábamos muy lejos de sospechar el interés y la magnitud del problema.

Prohijada nuestra idea por el entonces Director del Instituto de Investigaciones Históricas, doctor Emilio Ravignani, impartió las órdenes e instrucciones del caso para encaminar la investigación, cuyos resultados se custodian hoy en dicha repartición.

Mientras el Jefe de Investigaciones del Instituto, destacado en Sevilla, estudiaba los legajos del Archivo General de Indias y del Archivo de Simancas, otros comisionados del Instituto, señorita Phina Schrader y señor León Baidaff

hacían to propio en los repositorios de Inglaterra (Foreign Office y British Museum) y Francia (Archives des Affaires Etrangères, Paris), respectivamente. Sería injusto si la formidable labor realizada por estos dos colaboradores del Instituto no fuese destacada por quien ha podido valorarla en su detalle más pequeño. No sé qué elogiar más, si el orden, lu presentación, la escrupulosidad que ponía en el trabajo la señorita Schrader o la exactitud en los resúmenes y el conocimiento cada vez más completo y, por lo tanto, más precioso que el señor Baidaff poseía de los repositorios franceses. Dejo constancia ahora de la expresión más sincera de mi gratitud por la extraordinaria ayuda prestada, sin la cual este modesto ensayo hubiera carecido de todo relieve.

Este libro se encuentra en nuestro acervo bibliográfico.